Recuerdos de un viaje

Era el día que habíamos estado esperando, él guardó la última maleta, cerró la puerta del carro, y al cerrarla, nuestras ilusiones se volvieron realidad. Nuestras maletas no pesaban tanto como nuestros ávidos deseos de aventuras, descanso, risas y alegría.

Y como es costumbre, una oración en familia antes de las vacaciones pidiendo al Señor su protección y agradeciendo los recursos que nos brinda para poder emprender un viaje que nos aleje de la rutina por unos días…

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Considero que los viajes en familia son importantes para crear memorias. Los evangelios nos hablan de tres viajes realizados por la sagrada familia. El primero sucedió enseguida del nacimiento de Jesús. Un ángel del Señor se aparece en sueños a José y le dice: “Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto…” porque Herodes buscará al niño para matarlo. (Mateo 2:13-15).

José partió a Egipto esa misma noche. Este hombre ni lo pensó, ni lo dudó. Tomó acción de inmediato para salvaguardar la vida de su familia, sin importar lo complicado que sería viajar con un recién nacido, lo molesto que seguramente se pondría durante el viaje, y con una madre apenas recuperándose de un parto ocurrido en un establo.

Después de la muerte de Herodes (Mateo 2:19-23) el Ángel del Señor se aparece nuevamente en sueños a José y le dice que tome a la madre y al niño y los lleve de regreso a la tierra de Israel. Esta vez, imagino que emprendieron el viaje con mucha ilusión, la de volver a su patria. José nuevamente toma acción, se levanta, toma al niño y a su madre y vuelven a su tierra, a su familiaridad, a su cultura.

Durante la infancia de Jesús, la Biblia nos narra un tercer viaje de la sagrada familia en el evangelio de San Lucas (Lucas 2:41-46). Éste era un viaje que realizaban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la pascua. Cuando José y María volvían a casa seguros de que su hijo se encontraba en la caravana, caminaron todo un día (ya sin Jesús) y después comenzaron a buscarlo entre parientes y conocidos, y no lo encontraron. Seguramente se llenaron de angustia. Pasaron tres días antes de que pudieran hallarlo en el templo.

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Con nosotros, todo iba bien después de haber abordado el avión que nos llevaría a nuestro esperado destino. El siguiente paso sería rentar el carro que mi esposo había reservado y manejar aproximadamente cuatro horas para trasladarnos a una cabaña, también reservada previamente. El bus gratuito del aeropuerto nos llevó a la oficina de renta de autos y al llegar ahí con todas las maletas (cinco grandes y tres pequeñas), con un poco de cansancio y hambre, mi esposo se adelantó para obtener el vehículo.

Lo primero es presentar la licencia de conducir como requisito indispensable… ¡oh, sorpresa! Ni él ni yo la teníamos. Después de una intensa y ansiosa búsqueda en los bolsillos y maletas nos dimos cuenta que las habíamos extraviado. Tratamos de explicar y obtener ayuda, pero fue imposible. Las voces de acusación comenzaban a sonar entre nosotros y el tono de voz se iba agravando junto con la impaciencia de los niños.

El ambiente se volvía oscuro y desesperante. La máquina expendedora no aceptaba billetes y no traíamos agua. Resolvimos llamar un Uber y pasamos la noche en un hotel. Lo intentamos todo, desde rentar en otras oficinas que pensamos serían menos exigentes, hasta cancelarlo todo, cambiar boletos de avión y regresar a casa el día siguiente, pues no teníamos cómo movilizarnos. Tratamos todo eso, claro, cargados de frustración y discusiones entre ambos… ¡perdimos a Jesús!

Sí, así como en el tercer viaje María y José perdieron a Jesús, mi esposo y yo habíamos perdido a Jesús en medio del enojo, la desesperación, los reclamos, y ahí mismo aseguramos no volver a salir de vacaciones por los problemas y el estrés que ya habíamos experimentado en viajes anteriores ¡y en éste, habíamos llegado al límite!

Muy temprano por la mañana del día siguiente, busqué a Jesús en la oración… Él respondió como muchas otras veces. Un ángel en la oficina de tránsito me envió constancia de mi licencia al correo electrónico y con ello pudimos finalmente continuar nuestro viaje.

Como aquella familia de Nazaret que después de estar llenos de angustia y desesperación se dirigen al templo y ahí encuentran a Jesús haciendo lo que tiene que hacer, encargándose de lo que se tiene que encargar, nosotros fuimos a buscarlo en la oración y así mismo le encontramos. Y lo que de ahí siguió ¡fue una de nuestras mejores vacaciones a recordar!

Crear memorias, realizar un viaje cerca o lejos, convivir y celebrar el regalo divino de ser familia. En el patio trasero de la casa o en el parque de la subdivisión, prepare unos sándwiches, unos trozos de sandía y un mantel para crear recuerdos… Viene a mi mente mi padre que nos alegraba a mis hermanos y a mí diciéndonos con anticipación que nos llevaría a “comer fuera”. Eran tiempos de la guerra civil en El Salvador y nosotros éramos cuatro hijos, pero mis padres nos llevaban al patio trasero de la casa y ahí “comíamos fuera”… ¡qué lindos recuerdos!

Yo sé que no es fácil; el cansancio, la rutina, el mal sabor de boca de un viaje que no salió como se esperaba, los inconvenientes, el trabajo, las mil preocupaciones, las limitantes de tiempo y recursos… requiere un poco de esfuerzo. Pero al final, valdrá la pena. Nuestros hijos podrán guardar en su mente, ya madura por los años, los bellos recuerdos de un viaje.


Georgina Najarro

Georgina Najarro

Georgina Najarro nació en San Salvador e inmigró a los Estados Unidos en el año 2000. Estudió administración de empresas en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) y actualmente es madre de tiempo completo. Le apasiona el estudio de la biblia y el mantener viva su relación con Dios junto con su familia, la cual incluye a su esposo Fidel y sus tres hijos Mateo, Lucas y Esteban.

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