Me recuperaba de la operación de cesárea de nuestro tercer hijo, cuando llegó a mis manos la historia de Ruth. Esta mujer que pasó a formar parte de la historia importante del pueblo de Israel, quedando su nombre y testimonio plasmado en el antiguo testamento en un libro que lleva su nombre. De ella se resaltan su lealtad, amor desinteresado, decisión firme, y fortaleza entre otras virtudes. No es de extrañar que un ser humano con tremendas cualidades y que logra actos extraordinarios sea recordado por generaciones. Pero este no es el caso con el que yo me identifiqué. Es Orfá, la concuña de Ruth, quien llamó mi atención (y seguramente ninguno de los lectores ha escuchado hablar de ella).
Nunca olvidaré las palabras de mi madre cuando supe que tenía las primeras cuatro semanas de embarazo de nuestro primer hijo: «La vida no volverá a ser igual».
En efecto, Mateo le trajo sentido a nuestras vidas y por supuesto muchos desvelos, mezclados con alegrías, ternura, amor, ilusión, esperanzas pero también preocupación y ansiedad. Y así como cuando tomas un borrador y desapareces para siempre las letras de una pizarra, así desapareció la cintura, las ocho horas de sueño continuo, el vientre plano, y las compras exclusivas en las tiendas para alimentar la vanidad. Superados todos estos cambios, con el pasar de los meses te das cuenta que nada de esto es tan importante como ver desarrollarse y crecer bien a tu hijo. Parece egoísta pensar en todas estas cosas pero son parte de nuestro todo, somos mujeres y el espejo nos habla al igual que en el cuento de blanca nieves.
Luego con la llegada de nuestro segundo hijo, y luego el tercero, un sentimiento de pérdida de la propia identidad me abrazó. Similar a lo que podría experimentar al ir de viaje a un país extraño y encontrarme de repente conque no tengo pasaporte, ni licencia, ni tarjeta de identificación; ni siquiera dinero. Todo —incluyendo carro, llaves del hotel y mapa. ¡Todo ha desaparecido! Y me imagino desesperada, volteando hacia un lado y otro, solo para confirmar que nada hay de mi identidad. Sin planearlo, y a pesar de los consejos de madres expertas que ya vieron volar sus pájaros del nido, una se vierte hacia la vida de ellos. Que no les falte nada, que se alimenten bien, que duerman lo suficiente, que todo esté normal en el reporte del doctor; que sonrían, que aprendan, que busquen a Dios; que no se desanimen ante su primer fracaso, que luchen, que vivan…
En el relato de Ruth (Ruth 1:8-18) después que Nohemí queda viuda y sus nueras Ruth y Orfá también, Nohemí decide que no es justo que ellas le sigan a un futuro incierto y sin porvenir, pues siendo ellas más jóvenes pudieran encontrar otro marido que las rescate de la tragedia. Quizás usted conoce la historia, Ruth responde heroicamente: “No me pidas que te deje, iré donde tu vayas y viviré donde tu vivas…” (Ruth 1:16-17). Pero me quiero detener en Orfá, de quien se dice: “Ella entre llantos se despide de su suegra y se regresa a su país, con su familia” (Ruth 1:14).
Podríamos querer juzgar a Orfá como una persona egoísta, quien prefirió la comodidad. Sin embargo, yo me la imagino llorando, sufriendo el temor de la tribulación y el dolor de la renuncia a una vida heroica, sin laureles. Quizás Orfá simplemente buscaba la seguridad de lo conocido, de su familia, de la vida común y corriente. Pero como sabemos, esta vida, no por simple, deja de ser difícil.
Así encontramos que existen en el mundo mujeres como ella, que viven una vida ordinaria, pasando los días, meses y años en el anonimato, sin realizar actividades que aparezcan en los periódicos o que queden registradas en los libros.
Esas mujeres son fieles al trabajo diario, escondido, poco visto. Pero tan necesario. Verdaderamente heroico. Este trabajo constante y callado es el que va edificando la familia, la sociedad y en definitiva, el mundo. Madre, que como yo dejaste tu carrera profesional y realizas este trabajo silencioso, casi mudo… madre anónima que cada día te levantas a pesar del peso de una vida ordinaria, tu también eres importante en la construcción de una sociedad mejor.
Sobre la autora: Georgina Najarro nació en San Salvador, El Salvador e inmigró con su familia a los Estados Unidos en el año 2000. Estudió administración de empres as en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) y actualmente es madre de tiempo completo. Aprecia el arte en todas sus expresiones, y le apasiona el estudio de la Biblia y el mantener viva su relación con Dios junto con su familia, la cual incluye a su esposo Fidel y sus hijos Mateo, Lucas y Esteban. Puede escribirle a: geonajarrolo@gmail.com