El ser humano: hombre y mujer, de acuerdo con la perspectiva bíblica, posee una dignidad superior al resto de la creación; ya que fue creado a imagen y semejanza de Dios. (Gen 1:26-27). Por eso, entre las mejores cualidades humanas se vislumbran algunos de los atributos divinos como son: la capacidad de amar, la misericordia, inteligencia, sabiduría, discernimiento, perdón, creatividad, autoridad, mayordomía, alegría, entrega, etc.
Los Padres de Familia, en su papel de guías, formadores y apoyo para el crecimiento de sus hijos, comparten con el Creador no solo la co-creación, es decir el dar vida, sino también la autoridad y la mayordomía.
Una de las responsabilidades más importantes de los padres para con sus hijos, es la de ejercer autoridad, disciplina y promover el respeto mutuo.
En los tiempos actuales, muy frecuentemente, escuchamos que no hay respeto de los hijos para con sus padres, o que la autoridad y disciplina de los padres para con sus hijos se cuestiona tanto en la familia como en la escuela y la sociedad. Esto hace necesario el que aclaremos, primeramente, lo que entendemos por autoridad y disciplina, pues podrían confundirse, respectivamente, con dos errores muy frecuentes: el autoritarismo y la permisividad.
La palabra “autoridad” tiene su origen en la palabra latina “auctoritas”, el sufijo “auct” significa: aumentar o hacer crecer. Por lo tanto, en su significado original, ejercer autoridad es: ayudar a hacer crecer. El diccionario define “autoridad” como el derecho delegado por el cual se tiene el poder de evaluar, juzgar, decidir, mandar, ejecutar, y requerir obediencia; y por “disciplina”, el entrenamiento que se espera produzca el carácter o las cualidades necesarias para obtener un resultado o un patrón deseado.
El entendimiento cristiano sobre la autoridad y la disciplina lo encontramos en las palabras, acciones y actitudes de Jesús, las cuales son siempre de servicio, búsqueda de la justicia y del bien mayor del otro. (Lucas 22:24-30). En la Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, encontramos numerosas y claras referencias en las que Dios delega directamente a los padres, y no a la escuela o al gobierno, la autoridad de velar por el crecimiento de los hijos, y de ejercer disciplina sobre ellos. (Ef 6:1-4, Prov 3:11. 22:15, Sir 3:1-6, 1Tim 3:5, 5:14, 2Tim 2:14, Col 3:20, Dt 13:19).
La autoridad, en sí, no tiene que ver con lo estrictos o flexibles que seamos, sino con aquello que apreciamos y reconocemos como lo más importante, es decir con nuestros valores. Por esta razón, cuando como padres de familia ejercemos la autoridad frente a nuestros hijos no sólo velamos por su seguridad y su sano crecimiento físico y espiritual, sino que también, mediante una recta disciplina, facilitamos la corrección de errores, y creamos espacios para el diálogo con ellos.
No obstante que son visibles los resultados positivos del ejercicio de la autoridad y disciplina en la familia y sociedad, no es raro en la actualidad percatarse que la autoridad y disciplina familiar son atacadas en dos frentes. Por un lado, vemos el uso abusivo del poder de uno o ambos padres; y por el otro, la falta total de disciplina, ya sea por el miedo de los padres a disgustar a los hijos, o como una reacción de éstos al abuso que ellos experimentaron cuando eran niños o adolescentes. En el primer caso, el ambiente familiar viene a ser un medio opresivo, que se mal entiende como respeto; y en el segundo, es un ambiente de confusión y desorden, donde los hijos manipulan a los padres y no aprenden a experimentar las consecuencias de sus acciones.
“Los padres deben tener la valentía del verdadero educador, con un testimonio coherente de vida y también con la firmeza necesaria para templar el carácter de las nuevas generaciones, ayudándoles a distinguir con claridad entre el bien y el mal y a construir a su vez sólidas reglas de vida que los sostengan en las pruebas futuras.” (Benedicto XVI)
Los matrimonios que no se dan el tiempo para fortalecer su relación matrimonial, ni reflexionan juntos cuáles son sus responsabilidades de pareja o como padres, generalmente, tienen más dificultad en el ejercicio de la autoridad y disciplina familiar.
El corazón de la familia es “el amor de los esposos y la generación de los hijos” los cuales establecen “entre los miembros de una familia relaciones personales y responsabilidades primordiales”, ya que el amor siempre conlleva una responsabilidad. (CIC 2201).
Este verano los invito a reflexionar: ¿Hay respeto y consideración entre los miembros de nuestra familia? ¿Les damos expectativas claras a nuestros hijos y nos aseguramos de que se cumplan? ¿Qué nos falta aprender o hacer como padres de familia para asegurar el orden y la armonía en nuestro hogar?