Diez minutos antes de recibir la llamada que cambiaría su vida y la de su familia para siempre, Arturo Monterrubio había sido asignado una vez más a viajar por distintos países para cumplir con su trabajo. Para ese entonces, viajar hasta 90 por ciento de su tiempo era algo normal para el ingeniero químico. No obstante, su familia ya le hacía saber la falta que les hacía en casa.
“Recuerdo una vez trabajando en Argentina, era un 11 de diciembre, le llamé a mi hija mayor para felicitarla por su cumpleaños y ella me dijo: —¿de qué me sirve, si el año pasado tampoco estuviste conmigo?—. Eso me dolió… todavía me duele”, recordó.
“En otra ocasión empecé a jugar fútbol con mi hijo y le dije: —oye hijo, vas muy lento… yo me acuerdo que eras muy bueno para eso. Y él respondió: —¿y cómo voy a ser bueno si tú nunca practicas conmigo porque nunca estás?—. Entonces me di cuenta que mi profesión no valía tanto como mi familia”.
«Entonces me di cuenta que mi profesión no valía tanto como mi familia.»
Fue por ello que al momento de recibir la oferta de trabajo por teléfono, no lo pensó dos veces y aceptó inmediatamente convertirse en diácono de tiempo completo en la parroquia católica de San Jerónimo. Sabía que sería un cambio drástico para su familia, ya que su sueldo disminuiría en un 50 por ciento, y esto justo cuando su esposa Esperanza y él estaban en proceso de adoptar a sus tres hijos menores.
“El costo de no haberlo hecho hubiera sido mucho más alto”, nos confesó el diácono Monterrubio. Terminó su llamada y una semana más tarde le informó a su empleador su decisión. Éste se asombró al recibir la noticia e indagó por el motivo, incluso ofreciéndole un ingreso más alto para evitar la separación. Monterrubio, sin embargo, no accedió. Al contrario, le compartió que desde ese momento su empleador sería Dios. Hace ya más de 13 años de esa conversación y desde entonces, Monterrubio ha cumplido con varios cargos dentro de la iglesia católica, hasta llegar a su rol actual como director de la Oficina de Vida Familiar en la arquidiócesis de Galveston-Houston. Hoy por hoy, el enfoque de su trabajo es velar por el bienestar de la familia y el matrimonio.
Desde niño, Monterrubio descubrió su pasión por servir a Dios.
Sus padres daban clases de catecismo a los niños de la comunidad en su hogar y fue ahí donde él comenzó su relación con Dios. Incluso de joven estudió en un seminario por tres años antes de decidir que el sacerdocio no era su llamado. Se dedicó a sus estudios y se graduó de la Universidad Nacional Autónoma de México como ingeniero químico, después recibió su maestría en ingeniería aquí en Houston. Sin embargo, nunca olvidó su compromiso con su fe. Fue a través de esta fe que también conoció a su esposa, con quien ha compartido 35 años de matrimonio. Se conocieron en un retiro de jornada de vida cristiana que ella estaba dirigiendo. Juntos siguieron fomentando su compromiso con la fe y después, fueron sus hijos quienes los inspiraron a inscribirse en clases para el diaconado.
“Cuando empezamos el diaconado recuerdo que platicamos y fue exactamente cuando decidimos ver lo de la adopción de nuestros tres chamacos más jóvenes, y dijimos: —con las dos cosas no podemos, vamos a tener que elegir una. Sin embargo, se pudieron hacer las dos”, recordó. “Dios nunca te deja, la verdad”. Los Monterrubio tienen seis hijos en total: Daniela de 31 años, Omar de 29, Fátima de 27, Teresa de 22, José de 20 y Felipe de 17 años. Teresa, José y Felipe se integraron a la familia Monterrubio hace más de 15 años, después de entrar a su hogar como menores a quienes ellos cuidarían por cierto tiempo como foster parents.
“Nos dimos cuenta que Dios es demasiado grande y nos dio una familia increíble, y decidimos compartirla con alguien más”, explicó. “Después decidimos adoptar. Nosotros queríamos uno y Dios siempre da de más, así que nos dio tres… y de un día para otro nuestra familia se duplicó de tres a seis hijos.”
Este año los Monterrubio se convertirán en abuelos de nuevo tres veces. Su hija Teresa está esperando gemelos y su hijo José y su esposa también están esperando un hijo.
“Es una súper bendición”, exclamó el diácono. Como resultado de su acercamiento a Dios, sus hijos ahora también practican su fe a través de acciones. Daniela trabajó dos años en un orfanatorio en Honduras, Omar ahora es maestro en una iglesia católica, y Fátima trabaja como directora de educación religiosa en una parroquia. Su esposa Esperanza también es directora del ministerio
multicultural en la parroquia San Pablo.
“Yo creo que más que palabras, son ejemplos los que mejor puedes darle a tus hijos”, reflexionó Monterrubio. “Estamos llamados a servir a los demás. Estamos llamados a ser misioneros, a llevar las buenas nuevas desde nuestro bautismo, y eso te da una satisfacción que no te da cualquier profesión”, explicó. “Sin fe, cuando pasan muchas cosas, no tienes de qué agarrarte”.