Entrevista a Juan Francisco Vélez, fundador del programa «Protege tu corazón».
Los días 4 y 5 de noviembre de 2017, nos visitó en Houston Juan Francisco Vélez, ingeniero y educador familiar, fundador del programa “Protege tu Corazón”. Impartió dos conferencias para padres, maestros y servidores de la iglesia con el patrocinio de la Oficina de Vida Familiar diocesana y la revista “Alegría Familiar”. Aprovechamos la ocasión para preguntarle acerca de este programa para jóvenes y adultos, el cual se promueve bajo la frase: “Carácter fuerte. Sexualidad inteligente.”
AF: ¿Qué es Protege tu Corazón?
JFV: Protege tu corazón o PTC es un programa de educación del carácter enfocado a la sexualidad. Y viceversa, es un programa de educación de la sexualidad basado, fundamentado, en la educación del carácter. Para nosotros, un buen carácter significa un carácter fuerte, necesario para poder vivir una sexualidad inteligente. Los rasgos de buen carácter son sinónimos de valores o virtudes, y hablamos de muchas, pero principalmente de respeto, autocontrol, responsabilidad, prudencia, paciencia, alegría (como virtud, resultado de estar bien) y amor. Cuando los padres de familia o los adolescentes entran en contacto con el programa captan la importancia que tiene todo este abanico de virtudes, las cuales son hábitos que se consiguen por repetición de acciones, para que tanto ellos como sus hijos puedan vivir una sexualidad sana.
PTC ha impartido más de 100,000 sesiones en 19 países por más de 24 años, llegando a más de 700 instituciones educativas en Europa, Asia y colegios líderes de América Latina.
El programa tiene sesiones para alumnos desde segundo de primaria hasta último año de preparatoria. También tiene talleres para padres y talleres de padres con hijos. Estos últimos son particularmente importantes ante la dificultad que tienen los padres de hablar con naturalidad, claridad y exactitud sobre sexualidad con sus hijos. Estos talleres les facilitan la tarea.
AF: ¿Cuáles son las problemáticas que observas en los jóvenes?
JFV: Hay una que nos preocupa mucho desde hace diez años: los adolescentes están muy solos. Y esa soledad empezó a ser reemplazada por el uso de las nuevas tecnologías, internet, las pantallas o las redes sociales. El adolescente se sumerge cada vez más en los contenidos que le ofrecen las pantallas, algunos de ellos muy negativos. Por ejemplo, está la pornografía, la cual está disponible en un click o en la aparición de una imagen no buscada. O los peligros del sexting. O que la curiosidad los venza y empiecen a dedicar unas horas, una noche en soledad; se encuentran con imágenes pornográficas que son perturbadoras, al mismo tiempo excitantes, y eso los lleva a repetir la navegación a la noche siguiente. Así, fácil y rápidamente un adolescente que no está muy cuidado por sus padres, se puede ganar una adicción al cabo de doce o quince meses. Ese es uno de los grandes peligros de la soledad de los adolescentes. Y cuando digo soledad no quiero decir que los papás no vivan en casa con los hijos, ¡viven con ellos! comen, desayunan y ven hasta televisión juntos, pero un papá se limita muchas veces a preguntarles “¿cómo te fue en el colegio?” y luego ni escucha la respuesta. Eso es soledad.
AF: ¿Qué observas en los papás?
JFV: La problemática es que muchos están dedicados a trabajar en exceso. Llegan muy cansados a sus casas y no tiene aliento para dedicar unos minutos a conversar con una hija, de cualquier cosa. No a sermonear, no. Sencillamente el papá puede decir: “Tuve un día buenísimo por tal motivo” o “me fue muy bien en este cierre de negocio porque ya llevaba tres meses preocupado.” Esa comunicación del mundo del papá o del mundo de la mamá sobre los hijos les resulta ajena a los hijos. Casi no hay comunicación. O ni se diga cuando el hijo no entiende la diferencia entre atracción, enamoramiento y amor. ¿Quién le va a explicar eso, Netflix? ¿O YouTube, a través de los videos musicales? Pues sí, eso es lo que está pasando, se lo explican, y es una idea muy reducida del amor humano, verdadero, auténtico, bonito, engrandecedor, que los adolescentes no están viendo.
AF: Una pregunta recurrente de los padres es: ¿A qué edad debo hablarle a mis hijos sobre sexualidad?
JFV: La educación de la sexualidad empieza en el vientre materno porque el impacto hacia la criatura a través del cuerpo de la madre ya lo empieza a influir. Una vez que nace, la criaturita empieza a desenvolverse y cuando el hijo entiende la primera palabra, hay que hablarle. Porque en las primeras etapas de la vida un niño tiene que entender que es hombre o es mujer, que le van a decir Pedro o le van a decir Josefina. Y eso ya es educación de la sexualidad porque ya empezamos a ayudarle a identificarse con el sexo que biológicamente tiene, hombre o mujer. Y a los tres o cuatro años se pregunta: “¿Y de dónde vienen los niños?” Ahí, si los papas están presentes, le dicen escuetamente: “Ah, pues de papá y mamá.” Y el niño queda contento. Dos años más tarde ya pregunta: “Pero ¿cómo?” “Ah, por el amor que se tienen papá y mamá.” Y dos años más tarde el “cómo” ya tiene que ser más detallado, hablándole claramente de las células de vida de papá y mamá, espermatozoide y óvulo, y de la fecundación que ocurre cuando los dos unen sus cuerpos por el amor que se tienen, dando como resultado una nueva vida humana, la cual desde la primera célula se define también con cromosoma XX o cromosoma XY, es decir, como mujer u hombre.
Si vas notando, el papá y la mamá le hablan al niño con naturalidad, con cariño, con afecto, con ejemplos, con gracia, así él va viendo de la forma más natural del mundo que el amor humano es clave, que es importantísimo. Además lo está recibiendo de su papá y de su mamá, quienes le hablan con toda claridad del tema, adaptando las palabras según la edad.
AF: ¿Y cómo hablarle en la adolescencia?
JFV: Cuando ya tiene doce, hay que hablarle del impulso sexual, que es maravilloso: “Por eso a uno le empiezan a gustar las niñas y a ellas ya les gustan los niños, y se empiezan a enamorar unos de otros.” “¿Y qué es sentirse atraído?”, pues explicarle. “¿Y qué es sentirse enamorado?” “Idealizar al otro. Uno no le ve defectos.” “¿Y eso quiere decir que ya amas?” “Pues bastante lejos estás todavía, pues el amor consiste en buscar el bien para otro.” En PTC nos gusta decir que amar es buscar el bien del otro en sus cinco dimensiones: física, social, racional, emocional, trascendente. Entonces resulta que amar no es sólo cuando a uno le gusta una niña o a ella le gusta un niño, no.
Además, los papás les tienen que enseñar a los hijos a amar a los papás. ¿Y cómo se ama a un papá y a una mamá? Pues con afecto, con cariño, con servicio, con mucha disponibilidad para darle gusto, obedecerle… Y los hijos tienen que aprender a amar a los hermanos. Amar es compartir el único play station y la única computadora y buscar que el hermano esté cómodo también. Y después estará el amor hacia los abuelitos y después empezarán las amistades. La amistad es también una forma de amor humano entre amigos, porque se tienen afecto y el amor de amistad es un amor que no busca nada a cambio. Así, cuando los hijos aprenden a amar a sus papás, a sus hermanos, a sus amigos, y estamos a los doce o trece años y empieza el impulso sexual a experimentarse, ya les quedará muy fácil entender el amor. Y verán que es “padrísimo” cuando el amor es un amor comprometido, donde se está acompañado en las buenas y en las malas, donde se comparten las alegrías y las tristezas y se encuentra apoyo mutuo. ¿Y quién no va a querer un amor comprometido para vivir? Por eso, a los hijos hay que mostrarles eso como un panorama espectacular de bueno, ¡porque lo es! Así los hijos van a tener confianza y optimismo y esperanza de lograr tener un amor humano de esa manera.
Obviamente, enseñar esto con el ejemplo de la relación de los padres es lo mejor. Sin embargo, nosotros animamos mucho a los padres a que si su propia relación matrimonial no es así o ha tenido muchos altibajos o fracasos, de cualquier modo se animen con entusiasmo a decirle a los hijos: “Hey, mi proyecto no marchó bien, pero quiero que el tuyo marche bien.” Porque en los hijos de padres separados o divorciados existe una especie de presagio de que su propio proyecto también va a fracasar. ¡Hay que sacarlos de ahí! ¿Y quién los saca? ¿Quién mejor que papá y mamá?