El niño y su bote

Había una vez un niño que vivía en una isla rodeada por un mar color negro intenso, quien soñaba con navegar por el océano. Su padre tenía un bote de remos, pero tan viejo que no podría llevarlo muy lejos. Todos los días, los dos iban a pescar en la quietud de la madrugada y el niño se maravillaba al ver cómo la salida del sol partía la oscuridad del cielo. Nada le daba más alegría que imaginarse paseando en las olas con su propio barco, aunque la verdad, nunca creyó que esto dejara de ser más que un sueño.

Una noche de luna el chico estaba en la orilla del mar sin poder dormir y se tiró en la arena a mirar cómo las estrellas iluminaban la vasta extensión del cielo. Cuando era más joven había pedido a esas mismas estrellas el deseo de encontrar un bote en el cual poder navegar. Ahora, aunque y a no creía en eso, encontraba relajante ver las luces parpadeantes congregadas allá arriba. Definitivamente era mucho mejor que ver las olas oscuras sacudiéndose extrañamente acá abajo. Nadie sabía por qué el océano era así de negro.

Siempre había sido un misterio para el niño y no dejaba de molestarle. Había algo en su movimiento inquieto o tal vez su naturaleza sin vida o su tinte inusualmente sombrío, que le daban una mala sensación. Nunca supo bien por qué. Quería encontrar una respuesta, sin embargo, nunca fue tanta su curiosidad como para superar el miedo.

De repente, el niño vio un pequeño rayo de luz en la lejanía. Al principio pensó que no era nada, hasta que la luz comenzó a hacerse más brillante. No, de hecho se estaba acercando. Pronto la extraña luz llegó a la orilla. El muchacho se arrimó cuando finalmente tocó tierra, y pudo ver qué era: un bote de vela.

¡Nunca había visto nada igual! Todo el barco era de un color blanco fantasmal que brillaba con una luz radiante e iluminaba la costa como si fuera el propio sol. Más extraño todavía era que no había nadie conduciéndolo. Buscó por todos lados, pero no pudo encontrar ni una sola alma a bordo. El niño no podía creer haber encontrado algo tan magnífico, mucho menos imaginar cómo había llegado eso hasta allí. Se mostró cauteloso a pesar de su asombro. Esto era lo que siempre había deseado, sin embargo, jamás imaginó que sucedería así. Por lo que podía ver, un pobre marinero había perdido su barco, pero él no podía contener su emoción. Se puso en marcha hacia el mar, y el viento, arreciando, invitó al niño y su bote a navegar.

Asidos fuertemente del aire rugiente, aceleraron. El barco iba cortando perfectamente el agua turbia, iluminando el camino con su resplandor, y el niño gritaba felizmente mientras se deslizaban por la superficie, eufórico como nunca antes. Con los ojos cerrados, se enfrentó a las aguas abiertas con vehemencia, y se imaginó a sí mismo volando. Abrazó todas las emociones extrañas que recorrían su cuerpo, aunque no las comprendiera del todo.

Él sabía que había tomado la decisión correcta porque finalmente había encontrado lo que había estado buscando… ¡CRASH!

Sus ojos se abrieron sorpresivamente al ver un deslumbrante rayo aparecer en el cielo. El viento chillaba y como un bombardeo, la lluvia empezó a golpear la cubierta. El muchacho se puso en acción. ¡CRASH! Otro rayo atravesó el aire. Soltando y tirando de las velas, trató desesperadamente de mantener el barco bajo control en las aguas turbulentas. ¡CRASH! De ninguna manera iba a permitir que su barco se hundiera. La mente del niño buscaba apresuradamente una vía de escape mientras él se tambaleaba en la super f icie resbaladiza de la embarcación. Buscó frenéticamente la orilla pero fue en vano, pues no alcanzaba a ver más allá de un par de metros a través del torrente de lluvia.

Presa del pánico, el niño trató de sujetar las velas antes que sus pies se deslizaran, pero perdió el equilibrio y ¡SPL ASH! su cuerpo cayó, hundiéndose en el océano. A medida que se iba cada vez más hondo, los momentos se tornaban cada vez más lentos, más claros. Alzó la mirada hacia el resplandor celestial del bote que había abandonado, el cual aún luchaba contra la fuerza de la tormenta. ¡Manejaba el caos con tal facilidad y determinación!

No pudo evitar sonreír al barco que había llegado a querer y admirar tanto. Incluso ahora, envuelto en ese océano, el niño apreciaba el poco tiempo que habían compartido juntos. No había razón para estar triste. Aunque habría deseado quedarse con él, sabía que su bote continuaría navegando. Y eso era todo lo que importaba.


Bruno Palomares

Bruno Palomares

Bruno Palomares tiene dieciséis años y estudia décimo grado en Cinco Ranch High School de Katy, Texas. Nació en Veracruz, México y ha vivido en los Estados Unidos desde los dos años de edad. Desde pequeño ha soñado con ser escritor de libros.

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