Nunca olvidaré el funeral que celebré para el papá de una amiga el año pasado. Al preguntarle acerca de su padre, llegué a saber que tuvo once hijos. Con la caída de Vietnam al comunismo, a mediados de los años 70, él consiguió que su familia de catorce personas escapara del país en un pequeño bote.
Después de tres días en el océano, se quedaron sin comida y sin agua. Para el séptimo día, todos estaban hambrientos y desesperanzados. Ella recordó que en ese terrible momento, de cara a una muerte inminente, su padre le dijo que él creía que Dios estaba con ellos. Le dijo que lloraría por cada uno de sus hijos cuando murieran. Prometió que haría lo que fuera necesario para mantenerse con vida hasta que todos se hubieran ido y así poder estar allí para cada uno de ellos. Entonces ataría a toda su familia a su cuerpo para poder morir estando todos juntos…
Al escucharla, me conmovió mucho ese heroico amor paterno que quiso estar siempre allí para sus hijos.
En nuestra cultura actual, estamos tristemente encontrando papás cada vez más ausentes. Recuerdo las palabras del papa Francisco cuando se dirigió a los padres: «Los padres están a veces tan concentrados en sí mismos y en su trabajo, y en ocasiones en su carrera, que incluso se olvidan de la familia. Y dejan a los pequeños y a los jóvenes a cargo de sí mismos». Y cuando los papás no están presentes para educar a sus hijos, le ceden su rol de padres a la cultura materialista. Los niños terminan siendo enseñados, no por el modelo de su padre, sino por la televisión, el internet, YouTube, los videojuegos y una sociedad secularizada. Como resultado, muchos de los problemas y dificultades de los niños y adolescentes son atribuibles a la falta de presencia, de figura de autoridad y de modelo de conducta de un padre en sus vidas.
El papa pide a los papás que inviertan tiempo en enseñar a sus hijos principios, valores y fe. Esta habilidad de establecer tiempos de calidad para la educación de sus hijos es aún más importante cuando los padres se ven obligados a trabajar lejos de casa.
«No os dejaré huérfanos» (Jn 14, 18). Quiero usar las palabras de la promesa que Jesús hizo a sus discípulos para llegar a los papás en las familias. No abandones a tus hijos, ni los dejes huérfanos. Necesitan tu atención, tu amor, tu cercanía, tu guía y tu modelo a seguir.