Theo, el extraño hombre, continuó visitando la biblioteca. Flo, la aún más extraña mujer siguió entregándole sus libros. Y sus encuentros siguieron siendo igualmente raros.
Primero, el hombre entraba apurado; la mirada de la mujer le seguía la pista muy de cerca hasta su escondite de libros. Ella lo saludaba ansiosamente cuando regresaba al mostrador; aunque no tan ansiosamente. (Y aun así el hombre se sentía abrumado.) Mientras ella escaneaba su nueva pila de libros, el hombre se mantenía callado y ella hablaba sobre su día. A veces hablaba de sus amigas; o de su perro; o del clima; o de la ciudad. Ella realmente hablaba demasiado, y él escuchaba. De vez en cuando él levantaba la vista para mirarla furtivamente. (La mujer siempre se daba cuenta.) Al salir, intercambiaban sonrisas y se despedían. Cada día se veían y cada encuentro ocurría de manera similar.
Un día, cuando Flo estaba escaneando los libros de Theo, la sorprendió darse cuenta de algo: no sabía nada de él. Se habían visto todos los días durante semanas, sin embargo, lo que sabía de él era poco en el mejor de los casos.
–Así que, Theo, ¿cómo va todo? ¿Qué hay de nuevo?
–Bien. No mucho.
–Es una locura la cantidad de libros que lees ¿sabes? ¿Nunca te aburres?
–La verdad, no.
–¿Y qué haces cuando no estás leyendo todo esto? ¿A dónde te gusta ir, qué te gusta hacer?
Esta pregunta aparentemente simple pareció tomarlo por sorpresa. Sus ojos vagaron mientras reflexionaba un poco, buscando una respuesta. Finalmente, respondió.
–Nada.
–¿Nada?
–Sí, nada. En verdad, nunca salgo.
–No haces absolutamente nada más que estudiar.
–Sí.
–Todos los días.
–Sí.
–¿No haces nada más? ¿Nunca sales? ¿Al menos ves la televisión?
–Bueno, voy al supermercado de vez en cuando.
–¡Dios mío! ¿Siquiera sabes en qué ciudad vives?
–¡Por supuesto! Estamos en… Creo que es… Tal vez… Después de todo, esa es una buena pregunta.
Flo se quedó atónita e incrédula; aturdida y perpleja; estupefacta e histérica; estaba realmente horrorizada.
–Tienes que estar bromeando. ¡Estamos en Nueva York!
De ninguna manera podía este tipo vivir en Nueva York. ¿Había visitado el Met? No. ¿Y Central Park? No. ¿Times Square? Tampoco. De seguro el Empire State. Nope. ¿Long, Coney o Staten Island? Nada. ¿Estadio Yankee? Ni siquiera eso. ¡Por lo menos debe haber visto la Estatua de la Libertad! Nunca. No había en la cabeza de este hombre más que letras y signos raros. Tal vez habría visto a la dama de la libertad si ella hablara chino; pero no, ni siquiera eso lo garantizaba.
Flo no lo podía creer. Theo podría haber sido de marte y no lo dudaría. Pero nadie podía vivir en una ciudad como Nueva York, una ciudad que ella conocía tan bien, y no explorarla. Había tanto que ver; tenía que experimentarlo él mismo.
–Entonces, está decidido –dijo ella con un brillo en los ojos.
–¿Qué?
– Te llevaré a conocer Nueva York.
Y con eso (más unos días de convencimiento), el plan quedó establecido. Flo lo sacaría de debajo de la roca donde había estado viviendo, y Theo finalmente vería lo que se había estado perdiendo.
(Continuará)